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Julio de 2012
Boston, Massachusetts
—No acabo de estar convencida. —Julia titubeó antes de entrar a la tienda de Agent Provocateur, de la
calle Newsbury.
—¿Por qué no? —Gabriel le dio la mano.
—Porque no es una tienda premamá. No tendrán nada que me vaya bien —respondió,
ruborizándose.
—Ya he hablado con Patricia. Nos está esperando. —Con una sonrisa, Gabriel añadió—: De
hecho, le he encargado ya algunas cosas.
Julia reconoció el nombre de la encargada, ya que se habían visto antes. A Gabriel no le daba
vergüenza comprar ropa interior femenina. Al contrario, le gustaba elegirla personalmente, al menos
para ocasiones especiales.
Y aquélla era una ocasión especial. A medida que el embarazo avanzaba, Julia se sentía cada vez
más incómoda durmiendo desnuda. Y como ninguna de sus prendas de lencería sexy le iba bien, había
empezado a dormir con pantalones de yoga y camisetas amplias. A él no le hizo ninguna gracia el
cambio.
Por eso había tomado cartas en el asunto.
Patricia les dispensó una calurosa acogida y los llevó a un cambiador amplio y privado, donde ya
los esperaba una hilera de camisones, batas y ropa interior.
—Llamadme si necesitáis algo —les dijo, señalando el teléfono interno que había sobre una
mesita, antes de dejarlos a solas.
Julia acarició la gasa negra transparente de un picardías, mientras Gabriel la observaba como si
fuera un gato contemplando a un ratón.
—No puedo hacerlo —dijo ella, mirando hacia el gran espejo triple con hostilidad.
—¿Por qué no? Estamos solos. Mira, Patricia nos ha preparado unas bebidas. —Gabriel puso
unos cuantos cubitos en un vaso y los cubrió de ginger-ale.
Julia aceptó la bebida, agradecida.
—No tengo un buen día. Parezco una vaca.
—No pareces una vaca —repuso él con decisión—. Estás embarazada. Y eres preciosa.
Ella bajó la vista.
—No quiero mirarme en ese enorme espejo. Pareceré un autobús visto desde tres ángulos.
—Qué tontería. —Le quitó la bebida de la mano y la dejó en la mesita—. Quítate la ropa.
—¿Qué?
—He dicho que te quites la ropa.
Ella dio un paso atrás.
—No puedo.
—Confía en mí —susurró Gabriel, acercándose.
Julia alzó la cara hacia él. La miraba con dulzura, pero con una gran determinación.
—¿Quieres hacerme llorar? Gabriel se tensó.
—No. Estoy tratando de que te veas con mis ojos. —Inmediatamente después, le hizo un gesto
con el dedo para que se acercara y ella obedeció.
Sujetándola por los hombros, le dio un beso en la frente.
—Elige algo que te guste y pruébatelo. Me sentaré aquí, de espaldas, mientras te lo pones. Si no
gusta nada de lo que hay aquí, iremos a otro sitio.
Julia se apoyó en su pecho y él le acarició los costados arriba y abajo.
Suspirando, se resignó y llevó algunos modelos a la pared del fondo, donde había varios
colgadores.
Sonriendo, Gabriel se sentó en el sillón de piel colocado a poca distancia de los espejos, pero lo
hizo de lado, dándole la espalda a su esposa para no disgustarla.
Se sirvió un vaso de Perrier y echó un vistazo a algunas de las prendas. Conociendo a Julianne, no
había pedido nada exageradamente provocativo, como camisones que no cubrieran los pechos, por
ejemplo. Se trataba de conseguir que ella volviera a sentirse sexy y recuperara la confianza, no que se
sintiera aún peor.
Aunque si de él dependiera habría elegido algunas cosas que sobrepasarían los límites de su
esposa, no quería incomodarla ni disgustarla. Se suponía que tenía que ser una tarde de compras
divertida y, si había suerte, excitante.
—Me aprieta un poco —se quejó ella.
—Se supone que van un poco apretados. Ven aquí para que pueda verte. —Gabriel clavó la vista
en el espejo y contuvo el aliento.
—Creo que necesito una talla más.
—No lo creo. Le di tus medidas a Patricia.
—¿Hiciste qué? —exclamó ella—. Pero si estoy enorme...
—Julianne —dijo él, en tono autoritario—. Ven aquí.
Ella respiró entrecortadamente y se acercó a los espejos.
El corazón de Gabriel se aceleró al verla.
Llevaba un picardías modelo Syble, de gasa negra adornada con pequeñas flores rosas bordadas.
Se había dejado puestas las bragas de embarazada negras, pero se había puesto también unas medias
asimismo negras con costura en la parte de atrás.
—Impresionante.
Julia se había detenido frente al espejo, con la mano sobre el vientre, entre las dos alas del
picardías. Luego se volvió lentamente para verse por detrás.
—Estás perfecta.
Los ojos de ella buscaron los de Gabriel en el espejo.
Él no pudo permanecer quieto. Se levantó y se situó a su espalda, resistiendo el impulso de
acariciarla. Sabía que si la tocaba, acabarían haciendo el amor en el sillón y la tarde de compras se
habría acabado casi antes de empezar. Tenía que aguantar un poco, por muy tentadora que estuviera.
—¿Qué te parece? —le preguntó a ella, con voz ronca.
—Me gusta, aunque sigo pensando que me aprieta un poco. —Tiró de las cintas, dejando un poco
más al descubierto sus crecidos pechos.
Gabriel se los cubrió con las manos y apretó con delicadeza.
—Te queda como un guante. Tienes un cuerpo precioso.La mirada de Julia se iluminó.
—¿Lo crees de verdad?
—Por supuesto. —Le acarició los pechos por encima de la tela, deslizando los pulgares por los
sensibles pezones.
Julia abrió un poco la boca al notar las sensaciones que le provocaban sus dedos mientras la
devoraba con la mirada. Su marido estaba excitado y no lo ocultaba. Al contrario. Estaba tratando de
seducirla.
Gabriel le echó el pelo a un lado y le pegó los labios a la oreja.
—Piensa en cómo te sentirás cuando te lo quite.
Y olvidándose de todo, le besó el cuello, sacando un poco la lengua para probar el sabor de su
piel.
—Hace mucho calor aquí, ¿no crees? —Julia se apoyó en él, cerrando los ojos.
—Y sólo acabamos de empezar. —Gabriel se pegó a su espalda para que notara su prominente
erección—. Creo que estamos de acuerdo en que este modelo nos lo llevamos. Ahora, pruébate otro.
Ella se volvió para besarlo y le enredó los dedos en el pelo. Y siguió besándolo hasta que casi se
olvidaron de qué habían ido a hacer allí.
Gabriel se acercó a la mesita y levantó el auricular del teléfono.
—¿Patricia? Vamos a necesitar más hielo.
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