5 de diciembre de 2011
Washington D. C.
Natalie Lundy se quedó mirando la foto del periódico en estado de shock.
Notó un extraño zumbido en los oídos mientras el mundo se detenía en seco. Observó todos los
detalles de la foto en blanco y negro del hombre y la jovencita que se abrazaban y sonreían ante la
cámara. Se fijó en el enorme diamante que brillaba en el solitario que ella llevaba en el dedo. Y en el
texto que anunciaba el compromiso de dos poderosas familias políticas.
El estómago de Natalie se rebeló. Inclinándose sobre la papelera, vomitó el desayuno.
Temblorosa, se secó la boca y se tambaleó hasta el baño.
Mientras bebía un vaso de agua, reflexionó. Acababa de perderlo todo. Había oído los rumores,
por supuesto. Pero sabía que Simon sólo salía con la hija del senador Hudson por motivos políticos. O
eso le había dicho la última vez que estuvo en su cama, a finales de agosto.
Había hecho lo que él le había pedido. Había seguido trabajando para su padre y había mantenido
la boca cerrada. De vez en cuando, lo llamaba o le escribía un email, pero Simon cada vez tardaba más
en responder a sus mensajes hasta que, en algún momento de noviembre, dejó de comunicarse con ella
por completo.
La había estado manejando a su antojo. Llevaba años haciéndolo. Siempre había estado
persiguiendo a otras mujeres. A ella sólo la usaba para desahogarse sexualmente.
Así le pagaba todo lo que había hecho por él. Y había hecho muchas cosas. Cosas que le
desagradaban. Que no había querido hacer. Como varios encuentros sexuales, o como fingir que no le
importaba que se acostara con otras mujeres.
Mientras se miraba en el espejo, se le ocurrió una idea terrible.
No tenía nada que perder y mucho que ganar. Simon, en cambio, tenía mucho que perder. ¡Joder!
Se encargaría de que lo perdiera todo.
Dejando el vaso, se secó la boca y se dirigió al dormitorio con pasos más seguros. Se agachó y
retiró una de las tablas del suelo, debajo de la cama. Sacó de allí un lápiz de memoria y se lo guardó
en el bolsillo de la chaqueta. Luego volvió a colocar la tabla en su sitio.
Cogió el abrigo y el bolso y se dirigió a la puerta. Mientras paraba un taxi, no se dio cuenta de
que había un coche oscuro aparcado en la otra acera. Por eso tampoco se percató de que el coche
arrancaba y empezaba a seguir al taxi a una prudente distancia
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