Aquella noche, Julia y Gabriel cenaron en el apartamento de Manhattan de Kelly y Jonathan, con sus
dos hijas, Andrea y Meredith.
Julia se sintió acogida por la familia de Gabriel. Al acabar la velada, estaban charlando como
viejos amigos, no como extraños.
Kelly le regaló a Gabriel unos gemelos y una vieja gorra de los Brooklyn Dodgers que habían
pertenecido a su padre. También varios libros escritos por su abuelo.
Él le contó a su hermana que, efectivamente, la locomotora de la foto era la de su padre, que
había grabado las iniciales O. S. de niño, cuando su nombre aún era Othniel Spiegel.
Los Emerson invitaron a los Schultz a visitarlos en Cambridge o en Selinsgrove y hablaron de
hacer un viaje juntos a los Hamptons el verano siguiente. Kelly hizo que Gabriel le prometiera que
asistiría a la próxima reunión de la Fundación Benjamin Spiegel. Estaba deseando presentárselo a sus
primos.
Cuando volvieron al Ritz, Julia revisó el correo antes de acostarse. Llevaba puesta la gorra de los
Dodgers, ya que a Gabriel le iba pequeña.
(Hecho que ella se encargó de señalarle, muerta de risa.)
—Scheisse —exclamó Julia, observando la pantalla a través de sus gafas de montura de carey.
—Tengo que enseñarte palabrotas en otros idiomas. He oído decir que el parsi tiene algunos
insultos particularmente coloridos. —Gabriel le dirigió una sonrisa irónica, mientras se acercaba a
ella con el albornoz del hotel puesto.
—No estoy segura de que el parsi pueda expresar lo que siento al ver esta foto. —Julia le señaló
la pantalla.
Gabriel fue a buscar sus gafas y se las puso. Al mirar la foto escaneada reconoció
inmediatamente a Simon Talbot. Era la clásica foto de compromiso matrimonial, en blanco y negro.
Conteniendo el impulso de maldecir, preguntó:
—¿Quién es ella?
—¿Conoces al senador Hudson, de Carolina del Norte? Es su hija. Es una estudiante de último
año en Duke.
Intercambiaron una mirada incrédula.
—Su familia es muy conservadora. ¿Cómo ha acabado con un tipo así? —se preguntó Gabriel con
desprecio.
—No tengo ni idea, pero ahora entiendo por qué Natalie está tan disgustada. Simon la ha dejado
tirada por la novia perfecta. Mírala, parece Jacqueline Kennedy.
—¿Quién te ha enviado la foto?
—Rachel. Salía en el Philadelphia Inquirer.
Julia se volvió hacia la pantalla, mirando con tristeza a la sonriente pareja.
—Me da pena esa chica. No sabe dónde se mete.
—A lo mejor sí lo sabe y no le importa. —Gabriel le tiró de la visera de la gorra—. Te queda
bien, pero no sabía que fueras seguidora de los Dodgers.
Ella sonrió —Brooklyn forma parte de tu historia, así que lo siento un poco mío.
Al día siguiente, Julianne acabó el trabajo que le quedaba pendiente, mientras Gabriel iba a
buscar información sobre su abuelo en los archivos de la Universidad de Columbia. Por la tarde fueron
con Kelly y Jonathan a visitar a la tía Sarah a una residencia de Queen’s.
Más tarde hicieron algunas compras y luego cenaron en The Russian Tea Room antes de volver al
hotel. En la habitación bañada por la luz de las velas, Julia se movía sobre Gabriel mientras le
acariciaba el pecho.
Él la agarraba por las caderas, animándola a incrementar el ritmo.
—Di mi nombre —susurró.
Julia contuvo el aliento cuando él la penetró con más fuerza, elevando las caderas.
—Gabriel.
—Nada me enciende tanto como oír tu voz pronunciándolo.
—Gabriel —repitió ella—. ¡Qué bonito!
Él tiró de ella hasta acariciarle los pechos con los labios.
—Me inspiras.
—Estás muy intenso.
—Por supuesto. Estoy con mi preciosa esposa, disfrutando de sexo fantástico.
—Siento como si estuviéramos solos en el mundo.
—Bien —murmuró Gabriel, contemplándola moverse arriba y abajo, arriba y abajo.
—Me haces sentir hermosa.
Él respondió lamiéndole el pecho hasta que ella empezó a gruñir.
—Te quiero —dijo Julia.
Mirándola fijamente, Gabriel la agarró con fuerza, forzándola a ir más de prisa.
—Yo también te quiero.
—Me sentiré muy orgullosa de tener un hijo contigo —logró decir ella, antes de echar la cabeza
hacia atrás con los ojos cerrados.
Su cuerpo se estremeció cuando una oleada de placer la inundó.
Gabriel siguió embistiéndola, sin perderse detalle d e s u cara mientras alcanzaba el orgasmo.
Luego aceleró el ritmo aún más y con una poderosa última embestida, la siguió.
—Me alegro de que vinieras a Nueva York. —Gabriel y Julia esperaban cogidos de la mano a que
avanzara la cola para facturar el equipaje en el vuelo que los devolvería a Boston—. Siento que no
hayamos podido ir a ningún espectáculo, pero al menos hemos hecho un poco de turismo.
—Gabriel, te has enfrentado a las hordas navideñas para llevarme de compras. No tengo ninguna
queja. —Poniéndose de puntillas, le dio un leve beso en los labios—. Nos van a cobrar por el
sobrepeso.
—Que lo intenten. Es Navidad, maldita sea.
Julia se echó a reír.
—Así es. No sé por qué me cuesta imaginarte aguantando un espectáculo entero de Broadway
el sorbio por la nariz.
—He visto Shakespeare.
—¿El musical?
—Muy graciosa. Y también una representación de Los Miserables. —Mirándola fijamente,
añadió—: Tu interpretación de la novela me cambió la vida.
Julia bajó la vista hacia sus nuevas botas de tacón alto Manolo Blahnik que Gabriel había
insistido en comprarle en Barneys.
—Creo que un montón de cosas se unieron y conspiraron para cambiar tu vida. Lo que te pasó en
Asís no dependió de mí.
—No. —Gabriel le levantó la mano y le acarició los nudillos antes de juguetear con el anillo de
boda—. Pero no habría llegado allí si tú no me hubieras ayudado antes. Y no me habría llevado la
alegría de descubrir a mi abuelo si tú no hubieras aceptado tener un hijo conmigo. Me has dado tanto...
—Tammy me dijo que la paternidad tiene un efecto especial sobre los hombres buenos. Me
gustaría comprobar qué efecto tiene sobre ti.
Gabriel pestañeó con fuerza.
—Gracias, Julianne. —Le atrapó la sonrisa con los labios y la besó hasta que alguien se aclaró la
garganta a su espalda.
Avergonzados, avanzaron en la fila sin soltarse las manos.
Acababan de pasar el control de seguridad cuando sonó el teléfono de Julia.
—Jules. —La voz ronca de Tom resonó en su oído.
—Papá, ¿va todo bien?
El silencio al otro lado de la línea hizo que la chica se detuviera. Gabriel se paró a su lado, con
mirada inquisitiva.
Tom se aclaró la garganta.
—Estoy en el Hospital Infantil, en Filadelfia.
—Oh, no. ¿Diane y el bebé están bien?
—Diane se despertó en mitad de la noche. No se encontraba bien, así que vinimos aquí
directamente. —Hizo una pausa—. La tienen conectada a un montón de monitores y parece que tanto
ella como el niño están bien. Está de parto.
—Es pronto —susurró Julia.
—Así es —replicó Tom, tenso—. Los médicos no sabrán cómo está realmente hasta después de
que nazca. Dicen que hay muchas cosas que no se ven en una ecografía. Es posible que tengan que
operarlo inmediatamente.
—¿Es seguro que tenga que pasar por el quirófano?
—Sí. La operación está prevista para tres días después del parto, pero supongo que dependiendo
de lo que encuentren pueden tener que hacer una intervención de emergencia.
—Estamos en el aeropuerto JFK —le comunicó ella mirando a Gabriel—. Íbamos de vuelta a
Boston. ¿Quieres que vayamos a Filadelfia?
—Sí —respondió Tom sin dudarlo—. Si podéis. El parto puede ser largo, pero me ayudaría
mucho teneros aquí. Los próximos días van a ser muy duros y no sé si podré... —Empezó a toser.
—Ahora mismo voy, ¿vale? Cambiaré el billete e iré directamente al hospital. Te llamaré cuando
llegue para que me digas dónde estás.
—Vale —dijo Tom, aliviado—. ¿Jules? —¿Sí, papá?
—Gracias. Hasta pronto.
—Hasta luego, papá. Dale un beso a Diane.
Julia colgó y miró a su esposo, que tenía una expresión muy seria.
—Supongo que debería haberte consultado antes de ofrecerme a ir a Filadelfia —se excusó,
mordiéndose la mejilla por dentro.
—Era una emergencia. Tenemos que ir.
—¿Tenemos? —Lo miró esperanzada.
—Ese bebé será mi cuñado. Y no pienso dejarte ir sola. —Rodeándole la cintura con el brazo, la
guió entre la multitud.
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