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Cambridge, Massachusetts
Cuando Julia dejó por fin de sufrir mareos matutinos, desarrolló una extraña obsesión con la comida
tailandesa. Su restaurante tailandés favorito estaba cerca de su antiguo apartamento en Cambridge.
Insistía en que la comida de ese restaurante era la única que calmaba sus antojos, así que Gabriel o
Rebecca se aseguraban de encargar comida para llevar casi a diario.
A juzgar por la dieta de su esposa, Gabriel empezó a sospechar que el setenta y cinco por ciento
de su masa corporal (y de la del bebé) estaban compuestas por rollitos de primavera. Así que dejaron
de referirse a él (o ella) como Ralph. Gabriel, Rebecca y, poco después, Julia empezaron a llamarlo
Rollito de primavera.
A finales de abril, los Emerson volvieron al hospital Mount Auburn para una nueva ecografía.
Esperaban poder saber el sexo del bebé.
—Rollito de primavera es un niño —susurró Julia, tratando de ignorar las molestias que le
provocaba la vejiga, que estaba a punto de explotar.
—No —replicó Gabriel con una sonrisa—. Confía en mí. Conozco bien a las mujeres y este bebé
es niña, no me cabe duda.
Ella no pudo evitar echarse a reír.
Cuando la técnica que iba a realizarle la ecografía dijo su nombre, Julia apretó la mano de su
marido antes de seguirla a la sala de ultrasonidos, sola.
(A esas alturas Gabriel ya sabía que no servía de nada discutir con el personal del hospital.)
—¿Quiere saber el sexo del bebé? —le preguntó la mujer, dejando una batita sobre la camilla.
—Oh, sí, desde luego. Estamos deseando saberlo.
—Por supuesto. La dejo un momento para que se cambie. En seguida vuelvo. Me llamo Amelia.
—Y con una sonrisa, salió para que Julia se cambiara.
Minutos después, su redondeado vientre estaba cubierto por un gel pegajoso. Cuando la pantalla
empezó a ofrecer imágenes, Julia no podía apartar los ojos. Éstas cambiaban rápidamente y lo único
que distinguía con claridad era la cabeza o el cuerpo. El pobre Rollito de primavera parecía un
extraterrestre.
—Tenemos suerte —dijo Amelia, tocando varios botones para capturar imágenes—. El bebé está
bien colocado y podemos echarle un buen vistazo.
Julia suspiró aliviada. Estaba muy nerviosa.
—Tomaré unas cuantas imágenes más y luego avisaremos a su marido, ¿de acuerdo?
—Gracias.
Poco después, la mujer fue en busca de Gabriel. Cuando entró en la habitación, se acercó
rápidamente a Julia, le cogió la mano y se la llevó a los labios.
—¿Y bien? —preguntó, volviéndose hacia la técnica, que se había vuelto a sentar frente a la
pantalla.
—El bebé se está desarrollando correctamente. Todo está bien —respondió ella, señalando la
pantalla—. Felicidades, van a tener una niña.
Una amplia sonrisa de felicidad apareció en la cara de Gabriel.Los ojos de Julia se llenaron de lágrimas y se cubrió la boca con la mano como si estuviera muy
sorprendida.
—Te lo dije, mamá. Conozco a las mujeres —bromeó él, dándole un beso en la mejilla.
—Vamos a tener una niña —repitió Julia.
—¿Te parece bien? —preguntó Gabriel, preocupado.
—Me parece perfecto —susurró ella.
Gabriel hizo copias de las ecografías y las enmarcó, pero resistió la tentación de colocarlas fuera
de la intimidad del dormitorio y del estudio.
—Ahora que sabemos que Rollito de primavera es una niña, podríamos empezar a prepararle la
habitación —comentó una tarde mientras iban en el Volvo un sábado de mayo—. También tendríamos
que hablar del nombre.
—Me parece bien.
—¿Por qué no piensas en lo que quieres y vamos de compras?
Julia se volvió hacia él.
—¿Ahora?
—No, ahora vamos a comer, como te he prometido, pero luego podríamos empezar a mirar cosas
para la habitación. Algo que sea bonito pero funcional. Cómodo para ti y para ella, pero no demasiado
infantil.
—Es un bebé, Gabriel. Sus cosas van a ser infantiles.
—Ya sabes a qué me refiero. Quiero que sea elegante, que no parezca un jardín de infancia.
—¡Madre mía! —Julia disimuló la risa mientras se imaginaba qué iba a diseñar el Profesor para
su hija.
(Se imaginó algo en madera oscura y cuero color chocolate, con cortinas y cojines llenos de
rombos.)
Gabriel se aclaró la garganta.
—He estado mirando algunas cosas por Internet.
—¿Ah, sí? ¿En qué página web? ¿La de Restoration Hardware?
—Claro que no —respondió él, ofendido—. Las cosas que venden no son adecuadas para la
habitación de un bebé.
—Entonces, ¿en dónde?
Él le dirigió una mirada triunfal.
—En Pottery Barn Kids.
Julia gruñó.
—Nos hemos convertido en yuppies.
Gabriel la miró fingiendo horrorizarse.
—¿Por qué lo dices?
—Vamos en un Volvo y estamos hablando de comprar los muebles en el Pottery Barn.
—Para empezar, los Volvo son unos coches muy seguros y mucho más bonitos que los
monovolúmenes. Y los muebles de Pottery Barn resulta que son funcionales y atractivos al mismo
tiempo. Me gustaría llevarte a una tienda y así lo compruebas con tus propios ojos.
—Mientras me lleves a tomar comida tailandesa antes, no hay problema. Esta vez fue Gabriel quien puso los ojos en blanco.
—De acuerdo, pero pediremos que nos la pongan para llevar y nos la tomaremos en el parque. Y
yo me pediré comida hindú. Si vuelvo a ver un plato de Pad Thai en mi vida, no respondo de mis
actos.J ulia se echó a reír a carcajadas.
Esa noche, tarde, Gabriel se dirigió al dormitorio tras haber pasado un buen rato anotando cosas
que iban a necesitar para la habitación de la niña. Algunas formarían parte de la lista de regalos del
bebé. No habían pensado hacer una lista de ésas, y al principio a Gabriel le extrañó mucho la idea,
pero finalmente accedieron por la insistencia de sus hermanas (Kelly y Rachel) y de Diane, Cecilia y
Katherine.
(Se había disgustado un poco al enterarse de que la lista de regalos de Pottery Barn Kids no
incluía libros infantiles en italiano ni en yidish.)
Al pasar junto a la cama, camino del cuarto de baño, se fijó en que los pies de Julia le asomaban
por debajo del edredón. El resto del cuerpo lo tenía bien tapado.
Sonriendo, tiró del edredón para tapárselos.
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